El proceso de descarbonización por  el que transita el transporte por carretera tiene claros, pero también muchos puntos oscuros y se hace imprescindible que se hable con claridad y se afronte desde distintos puntos de vista, que afectan, tanto a transportistas como a fabricantes de vehículos, proveedores de energía y las propias Administraciones.

El sector ha vivido en las últimas décadas bajo la hegemonía del diésel, un combustible que cuenta con el mayor rendimiento energético de los conocidos hasta el momento y que ha sido sometido a diversas medidas para reducir sus niveles de emisiones de sustancias contaminantes a través de las sucesivas normativas Euro, pero si queremos un planeta más sostenible parece que la solución es otra,

Una solución que desde Bruselas queda claramente marcada por la electromovilidad, posiblemente válida para los turismos y furgonetas, pero cuya eficacia no está resultando tan meridiana en el caso de los pesados, seguramente en una falta de previsión o, simplemente de realismo. Las características en las que se desenvuelve el transporte de mercancías por carretera obedecen a una serie de parámetros que lo hacen muy distinto a los viajes en turismos y necesita, por tanto, soluciones específicas, como la propia patronal automovilística española reconoce.

Crear una mesa de trabajo en la que estén representados todos los actores de este proceso de descarbonización debería ser un buen punto de partida para asumir la realidad de un sector que hasta ahora camina un tanto tambaleante y con un horizonte poco claro.

Dice Wayne Griffiths, presidente de ANFAC, que “además de establecer objetivos exigentes , se tienen que dar las condiciones necesarias”, y es en esta segunda circunstancia donde se está cometiendo el error. Las exigencias ya se han impuesto pero sin tener en cuenta las condiciones.

A la falta de conductores y las innumerables cargas fiscales que soportan las empresas transportistas no se les puede forzar a renovar sus flotas con camiones que, hoy por hoy, cuestan tres veces más que uno de combustión. A los fabricantes no se les puede obligar a invertir importantes cantidades de dinero en el desarrollo de motores diésel conforme a la futura norma Euro 7, mientras se les dice que el motor diésel tiene fecha de caducidad.

La infraestructura de recarga es otro de los grandes temas que preocupan, especialmente la carencia de cargadores de alta potencia para el trasporte pesado. Una vez más hemos empezado la casa por el tejado demandando la existencia de camiones eléctricos mientras no se pone el mismo empeño en crear una infraestructura necesaria de cargadores acorde a las necesidades de las empresas que coincidan con las rutas más transitadas y que permitan realizar los períodos de descanso del conductor con la recarga de sus vehículos.

Y aunque no somos muy partidarios de las subvenciones, si se quieren conseguir los objetivos marcados por Bruselas en materia de emisiones, este camino hacia la descarbonización no puede recaer exclusivamente sobre las espaldas de los transportistas, por lo que se hace imprescindible la continuidad de los programas de ayuda a la adquisición de vehículos, pero dotándolo de recursos necesarios y eliminando la burocracia existente en la actualidad.

JAVIER PEDROCHE

Director

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