De Bremen a Bamako
Para recorrer las rutas africanas no hace falta ser participante de uno de los Raid que por allí transcurren, ni preparar concienzudamente un camión, basta con uno de 14 años y muchas ganas de aventura.
Es jueves por la mañana, mientras cae una ligera lluvia en Sittensen, cerca de Bremen, mi colega Manfred y yo observamos un Mercedes Benz Actros 2525, del año 2000, con el que pretendemos recorrer 7.000 kilómetros a través de Marruecos y Mauritania para llegar a Bamako, la capital de Mali.
Nuestro camión, de tres ejes y configuración 6x2, cuenta ya con 700.000 kilómetros a sus espaldas, aunque una buena impresión a primera vista. La dirección se muestra eficiente y los amortiguadores están en buen estado. Justamente lo que estábamos buscando, porque si algo funciona mal en medio del desierto, va a ser muy difícil conseguir un servicio de asistencia disponible.
Tengo ganas de salir de este lugar lluvioso. Así que nos ponemos en marcha con nuestra única carga, un viejo Mercedes Benz 190 Diesel, camino de la autopista A-1 hacia Colonia. Al pasar por Luxemburgo llenamos los depósitos con un diesel a menor precio y desde allí tomamos carreteras secundarias en Francia, libres de peaje, para cruzar la frontera española, llegar a Madrid y desde allí dirigirnos finalmente hacia el puerto de Algeciras.
En el interior del puerto vemos algunos camiones con matrícula española y conductores africanos. Allí hay algunas tractoras DAF y Mercedes, con semirremolques cargados hasta los topes con colchones viejos, neveras y coches. Hablando con los conductores que esperan encontramos algunos que llevan el mismo destino que nosotros, mientras que otros van más lejos, a Burkina Faso, Costa de Marfil y Guinea. Encontramos una agencia de aduanas que nos preparará los documentos para la devolución del IVA., y tras pagar los 300 euros de la declaración de exportación y el billete de ferry para nosotros y los dos vehículos, abordamos el ferry de la compañía FRS.
Después de un viaje de dos horas, el jueves por la tarde llegamos al puerto de Tanger-Med. Con nosotros viaja en el barco un colega de una empresa textil alemana y en broma le pregunto si le gusta su trabajo de conductor a nivel regional haciendo Alemania-Tánger, pero él me mira con los ojos muy abiertos cuando le explico que todavía tenemos otros 4.000 kilómetros por delante para ir más al sur hacia el desierto del Sahara.
Frontera marroquí
Tras la molesta burocracia, finalmente conseguimos el permiso de conducir oficial el viernes por la noche, lo que los marroquíes llaman el "tríptico", y tras pasar el escáner y comprado dírham marroquíes (1 euro equivale a 11 dírham), podemos salir de la aduana a las 17.00 horas. Enfilamos la ruta hacia Rabat, donde poco ates de llegar pararemos nuestro Mercedes, cerraremos las cortinas y nos dispondremos a pasar una buena noche de descanso.
A la mañana siguiente se une a nosotros Stefan, que ha venido en avión y nos espera en un Burger King de la carretera de circunvalación en Rabat. El Actros marcha a buen ritmo con tres pasajeros más allá de Casablanca, en dirección a Marrakech, y tenemos la sensación de que nuestro viaje está despegando ahora. Después de Marrakech, la carretera gira hacia Agadir, a través de las estribaciones de las montañas del Atlas, cuyas cumbres se ven cubiertas de nieve.
La temperatura supera los 18 grados, el cielo está nublado y hay una ligera llovizna. Por la noche llegamos a Agadir, cuyas luces brillan desde lejos, desde donde tomamos la carretera Nacional N 1 a Tiznit. En esta zona es recomendable tener especial atención por la noche a causa de la estrecha carretera y las luces cegadoras de los vehículos que vienen de frente.
Conduzco durante otras tres horas hasta Guelmim, y llegamos a un puesto de control policial en la entrada del pueblo, en la que quieren saber nuestro destino y nos exigen la documentación. Allí nos damos cuenta que tener copias del pasaporte es imprescindible para entregarla en cada puesto de control, porque nos quedan mucho por atravesar. Encontramos habitaciones en un pequeño hotel de Guelmim por 300 dírhams, y el domingo por la mañana el Actros continúa a toda velocidad otra vez hacia el sur.
Llevamos 1.000 kilómetros por tierras africanas, y aún nos quedan otros 1.200 para llegar a Guergarat, la frontera con Mauritania. Con la luz del sol ya podemos ver cómo ha cambiado el paisaje, y que las estribaciones del Atlas han dado paso a la gran extensión del Sahara septentrional. Aquí comienza la región del Sahara Occidental, donde Marruecos sostuvo la guerra con el Frente Polisario, la organización guerrillera del pueblo saharaui.
El camino confluye con la costa, para después girar hacia el sur paralelo al Océano Atlántico. Hay un sol cálido, en el lado izquierdo sólo el desierto y en el lado derecho del mar azul. Apenas unos pocos coches con los que nos cruzamos hacen más entretenido nuestro viaje. Después de Tantan y Tarfaya vemos El Aaiún. Otros 180 kilómetros más y alcanzaremos la localidad de Boujdour, donde pararemos para buscar una habitación en un hotel, pero la noche no es muy apacible y termino con varias picaduras en la piel. Ya es lunes por la mañana cuando llegamos a la circunvalación de Dakhla y continuamos en dirección sur hacia Guergarat.
Frontera de Mauritania
En el lado marroquí pasamos 4 horas para solventar un montón de burocracia, pasando por el escáner y coleccionando sellos de la oficina de aduanas, pero aún nos separan 4 kilómetros de tierra de nadie hasta llegar a la frontera con Mauritania. Una zona llena de rocas y arena, donde encontramos con una pareja francesa en su furgoneta que se da por vencida a mitad de camino y vuelve a Marruecos.
En todas partes vemos viejos coches abandonados y televisores destrozados, aparentemente importados de Marruecos, aunque son los nuevos los que se venden en el mercado negro. De esta forma, no se paga ningún impuesto. Esta tierra de nadie, se la conoce como "Kandahar". Al lado de la carretera de tierra vemos señales de advertencia indicando que las minas que quedaron de la guerra todavía están escondidas en la arena.
A nuestro lado, un Toyota conducido por un hombre enmascarado a bordo, se vuelve hacia el lado fronterizo con Mauritania, donde informa a sus colegas de nuestra llegada. Los europeos están llegando, lo que significa dinero. El paso fronterizo está en medio de la nada, y se reduce a un par de edificios con la bandera de Mauritania en la parte superior, un pequeño restaurante y un estacionamiento.
Al final tenemos que aceptar la oferta de Arturo, un agente de aduanas, mauritano que ha vivido en Madrid antes. Quiere preparar los documentos de tránsito para nosotros., por lo que nos pide 510 euros, aunque al final conseguimos que acepte 480. Esperando en el restaurante nuestros papeles vemos dos ciclistas acercarse a la frontera, un sueco y un español, que quieren cruzar toda África en bicicleta hasta la ciudad del Cabo en Sudáfrica. Bajo un sol abrasador, esperamos casi dos días para obtener el despacho de aduana. Viene a mi memoria un viejo dicho de aquella zona: “Ustedes los europeos tiene el reloj, nosotros, los africanos tenemos el tiempo”.
El miércoles por la noche y ya estamos listos para reemprender la marcha, y aunque las reglas en aquel país obliga a circular en convoy, conseguimos hacerlo en solitario, con la condición de responder a las llamadas de un agente militar por móvil. Nuestro trayecto transcurre tranquilo hasta que divisamos un peatón caminando solo en el medio de la carretera hacia Nouakchott, pero cuando vamos a detener nuestro camión nos grita: “Váyanse”. No quiere un viaje compartido. ¡Increíble!.
Al medio día llegamos a las afueras de Nuakchot, la capital, y nos vamos directamente al hotel "Emira", situado en la entrada de la ciudad. Está dirigido por Norberto Aleman, un español de Tenerife. Aquí no sólo se sirve buena comida, sino también la cerveza, lo que no es común en la República Islámica de Mauritania. Norberto está casado con una chica de Senegal, y el hotel tiene buena fama aquí, donde es posible beber un vino tinto español, eso sí, a escondidas.
Sin embargo, no podemos descansar en Nouakchott ni un día, porque “nuestro escolta” nos presiona para que sigamos nuestro camino tomando la N 3 al Este, donde otros cuatro camiones van muy por delante de nosotros. El desierto adquiere un color rojizo, con arbustos y árboles mutilados., mientras atravesamos los pequeños pueblos de la orilla de la carretera. Nuestro objetivo de hoy es llegar a Aleg, para el día siguiente dirigimos a Kiffa, que está a 340 kilómetros.
El desierto, hasta ahora liso como una tabla, presenta ya nuevas dimensiones y en el horizonte aparecen las montañas. La ruta por la que vamos es la principal conexión entre Nouakchott y Malí, y su nombre en francés es "Ruta del Espoir", ("La Carretera de la Esperanza"). Los camiones pesados circulan haciendo el transporte de larga distancia, sobrecargados de sacos y otras mercancías, hasta 2 metros por encima de la cabina del conductor. Si un policía alemán viera esto, le daría un ataque, seguro. A veces podemos ver a los pasajeros sentados allí mirándonos, pero no les gusta ser fotografiados.
Divisamos viejo camión a MAN con una cabra sobre la carga y los pasajeros sentados sobre los sacos. Pero este es un país de paradojas, como cuando un policía en un puesto de control nos exige ponernos los cinturones, ante lo que Stefan estalla: “Ahí están los mauritanos sentados sobre la carga y a nosotros nos piden ponernos el cinturón”. Nos morimos de risa.
Vemos cadáveres en descomposición de vacas, caballos y perros al lado de la carretera cada 40 km. Es obvio que han tenido un mal encuentro con los camiones. Después de Kiffa quedan otros 120 km hasta llegar al Aaiún-el Atrouss, y de allí, otros 400 hasta la última frontera. Es sábado por la mañana cuando llegamos a Gogui y tenemos que prepararnos para el próximo paso de la frontera.
Frontera de Mali
Aquí, los problemas con el camión están consiguiendo ser realmente desagradables. Nos exigen casi 4.000 euros (2,6 millones de francos CFA) por los derechos de importación, y encima debemos tolerar que un soldado nos acompañe hasta Nioro du Sahel, la siguiente ciudad, lo que nos hace pasar todo el fin de semana en el puesto militar.
Los guardias son amables y nos ofrecen té, pero nos sentimos como prisioneros, y cada vez que queremos ir al centro de la ciudad, un escolta está a nuestro lado sin desprenderse de su rifle Kalaschnikoff, dado el peligro que representan los islamistas militantes, siempre al acecho para secuestrar ciudadanos europeos.
Finalmente, el martes por la mañana, Oscar, un amigo de Manfred, resuelve el despacho de aduana en Bamako y salimos con dos soldados a bordo hacia la capital. Así, nuestros últimos 460 kilómetros los hacemos con cinco hombres en la cabina de nuestro camión, algo que no resulta muy divertido. Con uno de los soldados trato de aprender algunas palabras de bambara, el idioma predominante de esta zona, pero solo llego a balbucear “I ni sogoma”, que significa “buenos días”.
Bamako
Después de un viaje de ocho horas nos acercamos a Bamako a través del sinuoso camino que desciende hacia las orillas del río Níger. Los soldados nos guiarán hasta la Embajada de Alemania, mientras cruzamos varios distritos antes de llegar al puente largo del Níger "Pont de Mártires".
La ciudad es una locura, con un calor asfixiante, la música, un tráfico loco sin reglas y alegres personas sonrientes que van a lo suyo. Esto es África, con su sensualidad y la pobreza que te golpea fuertemente. Al final, nos encontramos con Oscar, quien nos lleva a la pequeña "Auberge Imi", donde podremos descansar y conseguir una botella de cerveza. Después de 7.000 kilómetros, finalmente hemos llegado a nuestro destino, sanos y sin daños en el camión, podemos darnos por satisfechos.
Parte del dinero invertido lo recuperamos gracias a la venta del Mercedes 190 por un buen precio, ya que estos coches son muy populares aquí, representando la mitad de la flota de taxis. Oscar y Stefan deciden seguir hacia el Este, a Segou y Mopti, tal vez incluso a Tumbuctú, pero yo decido tomar un avión de vuelta a Alemania, y la noche del viernes el avión despega hacia el cielo oscuro sobre Bamako.
Au revoir Mali !!
K’an ben sooni !!
Este artículo, completo
publicado en la revista Truck
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Número 81 - mayo 2014
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